-Moraleja-dijo el narrador-: la locura es una flor en llamas. O en otras palabras, es imposible inflamar las cenizas muertas, frías, viscosas, inútiles y pecaminosas de la sensatez.

Angela Gorodischer
en La resurrección de la carne.

26.2.12

Sigo

Este blog se termina acá.
Sigo en Anoche me fui del Facebook. Los que quieran, ahí me van a encontrar.


Gracias a todos los que hasta hoy y con las interrupciones de Enfermera y Matemática o Diana Laurencich, me siguieron.
Termino con la imagen de un tatuaje realizado por Lionel, uno de mis preferidos.

19.2.12

Otra noche sin dormir


Desde que llegué a esta ciudad, el jueves pasado, no puedo dormir. Me levanto de la cama e intento poner la mente en foco. Acompasar con el cuerpo la torpeza de la mente. Pero es más tonto el cuerpo. Es casi bobo.
No logro pensar, ni escribir, ni concentrarme en nada.
Me despierto sobresaltada de sueños con grandes carreras que no conducen a ninguna parte. ¿Será el documental Vals con Bashir, qué vi el otro día? ¿O el de ayer, A Valparaíso?
De cualquier forma, corro durante la noche arrastrando cuerpos, como los personajes de la novela Tiro de Gracia, de la Yourcenar, que leí hace poco.

Guerra.
O destrucción, en ese estado está mi subconciente durante la noche. 
Y yo , apenas una estudiante de arte de veintipocos años, encerrada en un cuarto de universidad en ruinas, con un lavabo que pierde atado con hilo de pizza, supongo, no veo claramente cuál es el hilo que ata el grifo con herrumbre y del que siempre caen gotas, manchando el lavabo y haciendo más lúgubre el pequeño lugar, yo escribo. Escribo poesías e intento ordenarlas. Las traduzco a varios idiomas y hago como presentación una farola china, o una de esas guirnaldas que se usaban en los cumpleaños cuando era chica, una celeste turquesa, es la que más me gusta para iniciar mi libro, debo presentárselo a un profesor medio ruso, medio francés. Escribo en francés y alemán. Supongo me entenderá. Y armo el libro. Pero se me destartala cuando lo voy a presentar. Entonces corro. Salgo de mi cuarto en la Universidad de Arte, pago el canon por salir, como si le pagara una coima a algún empleado público que cede porque tiene hambre, y corro. Corro con sobrevivientes a cuesta, con muertos al hombro o sola, a veces llego a habitaciones desoladas adonde las mujeres son putas gordas que no pertenecen a esta guerra. Otras veces llego a sitios altos, como las cuestas de Valparaíso, más y más esceleras, más y más subir, me pesa el subir, pero huyo de algo. O salvo a alguien. Uno distinto cada vez. Mi pashmina roja se enrieda, pero nunca la pierdo, tengo el buen sino de rescatarla a último momento. Eso me retrasa la carrera. Llego a lo alto de las escaleras de metal en zonas devastadas por la guerra. Y cuando no pasa ningún camión con soldados, me tiro al mar. Creo que es mar, creo que es cielo, pero nada de eso es. Cuando al fin floto, son pocos los segundos de felicidad, de libertad que tengo, todo termina en una dureza de la que me despierto.
No grito. No lloro. Sólo despierto y no encajo la mente en las cosas cotidianas.
El cuerpo tiene una torpeza que no la conocía en el sueño. El cuerpo pesa y no es ágil.
Escucho voces. Entran por las ventanas. Llueve. Miro hacia la única luz que está encendida en la casa . Mi hijo. Tal vez él  esté de mejor humor. Tal vez tampoco haya podido dormir. Le cuento que quiero cambiar los colchones, el orden de las habitaciones, las camas de lugar. Accede a lo segundo y a lo tercero. Lo primero no le interesa. Tu colchón es viejo, le digo, así no podés dormir cómodo. Me hace un gesto. No le interesa. Pienso en cómo conozco a mi hijo. De dónde. Cuándo.
Le digo que no aguanto más el ruido de esta casa, a vos no te molesta. Asiente. Creo que me voy a ir. Asiente.
No puedo escribir, no puedo pensar.  Sufro. Odio. Qué raro, hacía un tiempo largo que no usaba esa palabra. Me la vedó alguien diciendo que era muy fuerte, hace unos años. Me arrepentí, hasta que la leí en los diarios de Alejandra Pizarnik, y la volví a usar. Es una expresión de una persona trágica. Ella lo era, yo también. No pasa por la maldad. Pasa por  la gravedad del asunto, del disgusto con algo. Yo odio, sí, odio esta casa tanto como la amo. Acá me crié, acá me besé con mis novios, acá me peleé con mis hermanos, mentí a mis padres, hurdí fiestas, me reí, me eduqué, escribí mi primera poesía y mi última novela, esperé despierta la llegada de mi único hijo, despedí a mi madre de esta vida, abracé a mi viejo en su silla de ruedas después de cuatro años de no verlo. Acá también cuidé hijos ajenos. Ahora no veo a ninguno. Estoy vieja. Soy un mueble usado para ellos. No saben lo que el mueble contiene. No los saben. Pero a ellos no los odio. Sólo los compadezco por dejar pasar el tiempo, este tiempo de poder hablar desde la lucidez que todavía tengo.
Mi hijo busca una pinza para sacar de una mesa unos clavos que ya no se usan . Él todavía construye, cuando no detiene el tiempo en sus juegos cibernéticos, pero mientras tenga algunos libros en su mesa de luz a medio leer, no me parece que todo esté perdido. Dostoievsky, London, Hesse. No tengo de qué preocuparme.
Va clareando cada vez con más rapidez. Por  suerte es domingo de carnaval. Ya los gritos se acallaron y los colectivos ralean.
Puedo volverme a dormir. Quizá descubra hacia dónde corría hoy.





9.2.12

Spinetta, los patos y los elefantes.

Ayer murió Spinetta.
La noticia me llegó a través de una amiga, Laura. Yo estaba en la casa de unos amigos músicos. Analía Nocito y Juani. No pude contestar el mensaje. Me quedé muda.
Lo primero que me vino a la cabeza es la imagen de mi hermana Alejandra y yo. No una. Cientos de imágenes de nosotras. Toda una vida unidas por el mismo amor a Spinetta. La misma devoción. ¿Será que mi hermano Sergio , diez años mayor que nosotras,nos transmitió esa genialidad del flaco mostrándonos una foto en una revista de la época? Las cosas que se aprenden de chico son muy difíciles de olvidar. Son mandatos.
Amarán a Spinetta como si fueran ustedes mismas. Algo así nos clavó nuestro hermano en 1968.
Pero no sé por qué siempre que nombro a Luis la debo nombrar a mi hermana. Quizá a ella no le pase lo mismo. A pesar de nuestra condición de gemelas. A pesar de haber fantaseado con él una y mil veces. A pesar de ser Ale la mejor imitadora de la voz de Luis que yo haya conocido en mi vida.

Sigo sola.

Ayer, cuando me llegó el mensaje, entendí el día. Entendí por qué antes que Analía me pasara a buscar, llegué a anotar una frase, sólo una frase acerca de desazón que sentía y no sabía por qué. Eran las tres de la tarde.

Languidezco como un pato.

Lo anoté en mi ordenador antes de irme. Antes de escuchar la bocina. Languidezco como un pato. Por qué me sentía así me preguntaba. Por qué me vino esa frase a la mente. Por qué la escribí apurada si a las tres dijo Analía tocaría la bocina.  Y por qué un pato se preguntará el que lee.

Cuando llego el sms con la noticia de la muerte de Luis entendí. Todo.

Desde que conocí ese libro para chicos, El Pato y la muerte, de Wolf Elbruch publicado por la editorial de Bárbara Fiore, me guardé , como el perfume de las azucenas, bien hondo bien hondo , la relación entre mis adorados patos (los del río Würm confidentes de mis tristezas) y la muerte.

Por eso, cuando llegó el mensaje de la muerte de Luis, entendí. El viento y la mariposa muerta que había puesto en mi portada de facebook a la mañana. El viento y  el sol que se había ido. El viento y la muerte de un poeta, que como todos los poetas, al morir, se llevan parte de nuestra vida pero que a cambio, nos dejan mil imágenes, perfumes, historias, que serán repetidas por generaciones y generaciones.

Anoche, lo último que dije antes de dormir (como seguramente una gran parte de los argentinos) fue Spinetta, hoy cuando desperté, pensé Spinetta.  Ya no está, me dije,  hoy ya no está, todo es distinto, puedo demorar el día, puedo quedarme un rato más en la cama, puedo. 
Pero de pronto, un perfume más profundo que todas las azucenas del jardín juntas, me hizo saltar de la cama, alguien había desparramado ese perfume en mi casa, y me levanté, abrí puertas y ventanas para ver de dónde venía y salí al jardín, los pájaros, los pájaros que siempre huyen cuando les tiro miguitas, para después volver y comerlas, los pájaros se quedaban quietitos, con sus ojos de costado sobre mis movimientos, ninguno volaba, me acompañaban; y el sol, que ayer se había escondido de una tarde salvajemente gris, hoy asomaba tibio, acariciando.

No tuve dudas. Luis  ya estaba acá. Su espíritu, su esencia, su no materia, poblaba todos los rincones de esta casa y de este jardín que tantas veces escuchó su voz y sus acordes. Por eso me puse el agua para el mate, y comencé a cantar Los Elefantes. Los que van a morir de paz. Como él.




6.2.12

No sé por qué


Hay días que se presentan nauseabundos
a pesar de la mañana inocente
del mar dorado
la rueda de la bicicleta zumbando al rozar el freno
el pan caliente
del olor de las azucenas
de la amphelopsis
el pajarito de pecho celeste
el dulce casero
o el ladrido de un perro.

Hay días en que mi fe se desvanece
y me digo que no voy a creer más en la gente
juro y perjuro que me hace mal darles
el mínimo crédito
la menor chance.

Tanto es lo que me duele que pasaría sola el resto de mi vida.
Como Ginés, el farero aquel, de La Graciosa.

2.2.12

Muchos esperan que resistas

No hay caso, esta música me acompaña desde ayer. El otro día hablamos de la película con Ana, quizá fue un presagio, quizá un hilo dorado que une historias, notas, resistencias, amores , dolor, vida.
La vida es bella hermanito mío, ya verás dice la canción, ya verás cómo a pesar de los pesares, es bella.
Acordate de lo que te escribí anoche, pensando en vos. Siempre, acordate.

Necesitaré tu alegría. Tus libros. Tu señalamiento. Tu camino.
Yo aún estoy en él. La maravilla es que vos también.
En ese camino que no nos pudieron borrar, que no pudimos torcer, aunque a veces nos pareció que estaba perdido , de tanta niebla que había entre nosotros.
No hay más palabras chico que éstas, las que te canta a vos hoy, una de las mejores intérpretes de las palabras de Goytisolo.

A Coco.